Uno de los principales problemas de la aproximación sociológica a la burocracia de Weber es la deshumanización del proceso. Para Weber, la burocracia era el sistema de organización más eficiente de la humanidad; sin embargo, al mismo tiempo era una jaula de hierro porque cercenaba las libertades individuales.
Un ejemplo claro de lo anterior está en la burocracia en el sector público. Mientras en las sociedades democráticas los políticos son elegidos para ejercer su cargo, el mecanismo de selección de los funcionarios es totalmente diferente, pues se centra en la competencia técnica y la estabilidad administrativa. En la democracia, los políticos están sometidos al escrutinio público, mientras la posición de los burócratas no es tan dependiente de la opinión pública, por lo que la burocracia tiene un grado de inmovilidad extraordinario. Sin importar el régimen político, la burocracia ha logrado sobrevivir.
Uno de los males más asentados es el ritualismo burocrático, que es cuando los burócratas cambian los procedimientos internos, que inicialmente eran medios para alcanzar los objetivos de la organización, en fines en sí mismos. Mediante el ritualismo, la normativa es prioridad, en lugar del servicio al cliente. En este momento, es más importante que se realicen todos los pasos para completar el trámite que el propio trámite. El ritualismo burocrático es dañino porque conlleva la oposición total a cualquier otra forma que implique una manera diferente de hacer las cosas.
A día de hoy las sociedades viven sumidas en la burrocracia, que es una deformación todavía mayor de la burocracia. Ahora el mundo sufre una mayor intervención gubernamental en todos los ámbitos de la vida y una abierta mayor centralización del poder. Como reconoce Marcia Sielaff: “la burocracia no es el problema sino el síntoma del mismo”. En el momento en que la burocracia se transforma en burrocracia, entonces es imposible pensar en el desarrollo y los países entran, invariablemente, en un rumbo hacia la ruina económica.